Sultanismo y otras yerbas

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1nluna100Desde hace más de una década Tucumán es gobernada por el Sultanismo. Una forma de gobierno que parecía extinguida, pero que revivió con nuevos matices en el norte argentino. El sultanismo como tal, solo reconoce una autoridad y solo tiene un gran elector.
Difícilmente quienes se identifican con esta forma de gobierno puedan entender de procesos democráticos, de crear consensos y lo que es peor de entender de sucesiones.
José Jorge Alperovich dejará de ser gobernador muy pronto, y para muchos es difícil pensar una provincia sin su metodología de gobierno. Por ello, no es llamativo que quienes aspiran ocupar un cargo electivo en la provincia sigan convencidos que quien continuará al frente de la provincia los próximos años será Alperovich. Obviamente a través de su elegido Juan Manzur.
El tiempo será el responsable de certificar esta idea o de sustanciar la vieja teoría de que el peronismo y el poder no son bicéfalos.
Las elecciones están divididas como el electorado provincial. Por un lado los que se beneficiaron con los 12 años del sultanismo alperovichista pretenden convencer a sus seguidores de que no existe otro camino que la formula “Manzur-Jaldo al gobierno y Alperovich al poder”. El resto logró unificar una propuesta con José Cano y Domingo Amaya en busca de no volver a cometer errores del pasado, cuando la oposición se atomizaba. El final promete bandera verde, a pesar de la diferencias de estructuras y recursos, la oposición tiene grandes posibilidades de triunfar el 23 de agosto. Desde el alperovichismo lo saben, por eso no escatiman recursos ni tiempo en busca de captar el electorado esquivo. La estructura prebendaría se aceita a fuerza de promesas, planes, nombramientos en cada rincón de la provincia, mientras el electorado mira azorado el despliegue económico de cada candidato.
El sultanimso provincial tiene sus replicas municipales y comunales, cada “sultán de tierra adentro” busca dejar a una esposa, hijo, primo o hermano, al frente del poder, convencido que cada sillón le pertenece. Doce años de beneficios son difíciles de quitar, la peor costumbre es la placentera, y quien querrá dejar tantos beneficios para volver a ser un ciudadano común.
Mientras un puñado de tucumanos se debate entre cierre de listas, acuerdos y campaña, la gran mayoría observa en silencio, casi resignado como su destino transcurre sin propuestas ni posibilidades de soluciones estructurales. Anestesiados por la desazón, inundado de hipocresía, no asumen la responsabilidad de ser protagonistas. Solo observan como la secularidad de la derrota vuelve a estas tierras del sultanismo y otras yerbas…

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