Paula Wachter: «Escuchar el relato del abuso me abrió la puerta al horror»

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Desde hace más de 10 años, a partir de su experiencia personal, decidió ayudar a otras niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual, uno de los delitos más invisibilizados, menos denunciados y poco condenados, que afecta a 1 de cada 5 chicas y 1 de cada 13 chicos. 

Paula Wachter recuerda con detalle las horas previas a que, como ella dice, se abriera un abismo frente a sus pies. Fue hace 13 años. El 7 de junio de 2009, cuando alguien de su círculo íntimo, como pudo, le contó que era víctima de abuso sexual por parte de su progenitor. Entre el horror, el miedo y la culpa, en ese instante recordó una frase: «Ten calma, sé paciente, sé firme en tu fe y en tu deber. No ocurrirá nada que no te conduzca a tu último destino. Dios tiene un plan único para cada individuo, su sabiduría es suprema, no me atrevas jamás a cuestionarla. Que Dios te bendiga». Las había leído 24 horas antes, en un libro que se le cayó en la cabeza mientras ordenaba la biblioteca. Había quedado abierto en una página con aquellas palabras, que le llamaron tanto la atención que las anotó. Desde entonces, se convirtieron en su mantra y su sostén.

Durante todo este tiempo, Paula batalló por esa causa, pero también pudo transformar una historia de mucho dolor en una misión de cambio social, ayudando a otras familias que habían atravesado una situación de violencia sexual contra sus hijos o hijas y no sabían qué hacer frente a uno de los delitos más subreportados, invisibles e impunes. En ese camino, fundó Red por la Infancia, una organización que además de brindar asesoramiento acompaña y promueve cambios claves para la legislación en la materia.

Por su tarea, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires decidió reconocerla como Personalidad Destacada en el ámbito de los Derechos Humanos. Pero como en las historias de lucha los sinsabores conviven, Paula aún no logró justicia, en un caso atravesado como tantos otros por una mirada judicial misógina y falta de perspectiva de género e infancias.

-Cuando supiste lo que pasaba en tu familia e iniciaste esta lucha, ¿imaginabas que ibas a dedicarte a ayudar a niños y niñas víctimas de abuso sexual?  
-Cuando me enteré fue como si se abriera un abismo frente a mis pies. Hace 13 años, no me imaginaba estar hoy en esta situación, pero tampoco me imaginaba que esto podía pasar. En ese momento, para mí el abuso sexual era algo tan ajeno y tan improbable que sucediera; no en mi círculo cercano ni a mí: en el mundo. De esto no se hablaba. Yo estaba preparada para que las agresiones vengan de afuera, no de adentro. Eso fue el primer cimbronazo, porque dejás de mirar el mundo de la misma manera.

-¿Que se haya logrado visibilizar más el tema hace que el abuso deje de ser visto como algo tan ajeno?
-Nos quedan años luz por avanzar, pero ahora hablamos, entendemos de qué hablamos cuando hablamos de abuso. Es un tema de la agenda. Si algo hizo este colectivo, y me siento plena al saber que soy parte, es que hoy podemos hablar de este tema que le sucede a 1 de cada 5 niñas y 1 de cada 13 niños. No es una problemática aislada, es mucho más frecuente de lo que imaginamos y el 70% de los abusos suceden en el entorno cercano.

-¿Qué significó el reconocimiento por tu lucha en la Legislatura de la Ciudad?
-Tuve el privilegio de transformar una historia de profundo dolor en una misión de cambio social. Siempre digo que no elegís lo que te pasa en la vida, pero sí qué vas a hacer con eso que te pasó. Y esa decisión no es única, no se toma una sola vez. Tampoco se hace en soledad, sino que me percibo como un eslabón más de una red creciente de personas que todos los días nos abocamos a visibilizar una realidad que duele, pero de la que nos tenemos que ocupar. El abuso afecta el presente de ellos niños e hipoteca su futuro. Es tarea de todos involucrarnos y actuar.

En ese momento para m el abuso sexual era algo tan ajeno y tan improbable que sucediera no en mi crculo cercano ni a m en el mundo cuenta Paula Wachter Foto Victor Carreira
«En ese momento, para mí el abuso sexual era algo tan ajeno y tan improbable que sucediera; no en mi círculo cercano ni a mí: en el mundo», cuenta Paula Wachter. Foto: Victor Carreira.

-¿Qué hiciste cuando te enteraste de lo que estaba pasando?
-El primer shock, el primer impacto, fue escuchar el relato. Son como hitos que no se me van a olvidar nunca, porque me abrió la puerta al horror, a lo siniestro. Yo nunca dudé. Obviamente, primero viene una gran culpa: cómo no me di cuenta, cómo no pude evitarlo, cómo no lo vi. Ahí tuve una gran culpa por no haber tenido las herramientas, el conocimiento. Yo protegí de los peligros que conocía. El peligro puertas adentro era impensado para mí. Ni siquiera sabía de qué estar alerta. Por eso siempre hago mucho hincapié en que hay que dar pautas a la gente. Todos tenemos que saber cuáles son los signos para que se nos prendan las alarmas.

-Luego de ese «primer shock», ¿qué vino después?
-El segundo impacto llegó cuando consulté a un especialista. Pensé que quizá no había entendido bien, que quizás podría ser un error, todas esas cosas que uno piensa como mecanismo de protección frente al horror. Pero lo fuerte fue cuando la especialista me pide que haga una lista de todos los síntomas que veía y detecté: fracaso escolar, enuresis, encopresis, ansiedad, conductas regresivas, ansiedad de separación. Me acuerdo que me hizo anotar todo y me dijo: «Paula, están todos los indicadores inespecíficos de abuso sexual presentes». O sea, como si me dijeran que había un elefante que yo no estaba viendo, oculto a plena luz. Cómo no lo vi. Una culpa que me costó años poder trabajar.

-¿Cómo reaccionaste frente a eso?
-Cuando uno se entera de este tipo de cosas, hay como una sensación de aturdimiento, de que creo pero no quiero creer, porque el mundo como lo conocés se te cae a pedazos. Cuando la vida te golpea así de fuerte está bueno no tomar decisiones impulsivas. Y yo tengo esa habilidad de supervivencia. Así que lo primero que hice fue tratar de entender lo que estaba pasando. Recién ahí me animé a hacer la denuncia. Entendí que de ahí no se volvía, que rompía mi familia para siempre. Al día de hoy les aconsejo lo mismo a los adultos responsables que están en esa situación: hay que ser muy prudentes en los pasos que se toman y nunca perder el norte, el eje de toda intervención tiene que ser proteger a las víctimas y procurar su sanación. Con la denuncia se abre un camino muy largo, muy doloroso. El proceso judicial es muy difícil y cuesta mucho poder recorrerlo sin una red de contención y sostén. Es una carrera de resistencia, no de velocidad. Los tiempos judiciales no se condicen con los tiempos y necesidades de las víctimas. Pero no por eso hay que claudicar ni patear el tablero. Muchos adultos que acompaño en algún momento se arrepienten de haber hecho la denuncia por lo doloroso del proceso, por eso lo que te sostiene es saber que uno actúa de buena fe y lo único que busca es la protección de los niños.

-¿Y qué pasó con tu familia y amigos?
-Al principio no lo conté mucho, no por vergüenza, sino porque antes quería yo entender mejor todo. Pero nunca dudaron de mí, nadie nunca dudó. Fueron años muy, muy difíciles, muy dolorosos.

-¿Cómo fue el camino hasta volverte una referente en el tema?
-En mi proceso personal me di cuenta de que, lamentablemente, yo no sabía del tema pero el Estado en ese momento tampoco. No había una línea 137 o el programa de asistencia a la víctima u otros recursos. El Estado estaba casi tan desarmado como yo. Empecé a ver que yo tenía los recursos intelectuales y emocionales, pero que había muchas otras familias que no, porque no tenían la red de apoyo, no tenían lo que a mí sí me permitía seguir sosteniendo. Y ahí nació mi compromiso moral con la causa social. Yo me dedicaba a la economía en el sector privado. Lo primero que tuve que hacer es aprender leyes. No tenía idea. Palabras y lenguaje difíciles. Me era totalmente ajeno todo. La psicología también. Pero fui aprendiendo.

«Que los chicos crezcan en una niñez o una adolescencia atravesada por un proceso judicial, eso de por sí ya es violencia, independientemente del resultado. ¿Cómo deshacés ese impacto que en su trayectoria es toda la vida?»Paula Wachter

-De todo eso que incorporaste, ¿qué te resultó más significativo?
-Que el pronóstico de un chico o chica víctima de abuso al que le creen es uno y otro muy distinto el de uno al que no le creen y tiene que cargar con el peso de la victimización solo. Solamente el hecho de ser creído, de que un niño cuando relata una situación de abuso sea escuchado y creído, ya es parte de su sanación. Y es muy importante que la gente lo sepa. No es lo mismo. Cuando hablás con gente que fue abusada durante su infancia, 8 de cada 10 no fueron creídos o sus situaciones fueron minimizadas. Los especialistas dicen que los chicos lo cuentan una sola vez y, después, si no son creídos, pueden tardar muchos años en volver a decirlo. Para poder comprender esto hay un estudio que a mí me trajo mucha luz. Lo hizo la socióloga María Inés Bringiotti con la población universitaria adolescente de la Universidad de Buenos Aires: solo el 16 % de las chicas y los chicos encuestados que habían dicho haber sufrido un abuso en la infancia dijeron que les creyeron y que recibieron ayuda acorde. Pensemos que estamos en un recorte de chicos que lograron llegar a la universidad. Por eso también trabajamos tanto en la ley para remover la prescripción del delito.

-Desde Red por la Infancia impulsaron varias leyes, como esta de imprescriptibilidad y la que hizo que el delito pase a ser de instancia pública. ¿Por qué son tan importantes?
-La de imprescriptibilidad en los delitos contra la integridad sexual en menores de 18 años es fundamental teniendo en cuenta lo que cuesta que las víctimas puedan poner en palabras lo que les sucede. Por eso, simbólicamente, me pareció muy bien que la senadora Elisabeth Kunath la llame «ley de derecho al tiempo». Porque es verdad, es el derecho al tiempo que le tome a la víctima poder hablar. Y que pase a ser de instancia pública significa que cualquier persona puede advertir y denunciar. Antes el Estado le preguntaba al círculo cercano si querían o no denunciar.

-¿Es parte de combatir la cultura del «no te metás»?
-Claro, hay que pasar del «no te metás» al «sí, metete». Vos podés ser esa única persona que puede salvar la vida de un chico. Así de grandes y de importante son estos temas. Entonces, mirá qué necesario es que sepas y te involucres. No son casos lejanos, son muy cotidianos, están invisibilizados, simplemente no los queremos ver. Es una realidad que duele.

-Solés decir que este es un delito en el que partís del banquillo de los acusados, ¿por qué?
-Siempre pongo el mismo ejemplo: si yo mañana voy a la fiscalía y denuncio que me robaron el auto, el fiscal primero no me hace una pericia para ver si miento, para ver si distingo fantasía de realidad. Y no presupone que yo en realidad vengo a decir que me robaron un auto porque quiero estafar a la compañía de seguros. Tampoco me pregunta si quiero o no que investigue, entiende que tiene que investigar y que yo digo la verdad, pues ese es el punto de partida. Ahora, en los delitos contra la integridad sexual es totalmente distinto. El punto de partida es que la víctima y el adulto protector que la acompañe tienen que demostrar que no mienten, que no están locas, que distinguen fantasía de realidad, que no es un complot en contra del pobre agresor. No es casual que el mismo sistema de justicia que en todos los delitos tarda, más o menos, entre tres y cuatro años en dictar una sentencia, en estos casos tarda siete.

-Y aparece muchas veces la falsa idea de que son las madres las que manipulan a sus hijas o hijos para ponerlos en contra del agresor.
-Sí, totalmente. Si bien el falso Síndrome de Alienación Parental (SAP) fue ampliamente rechazado, sigue siendo una práctica habitual contra las madres protectoras. Hablamos ya de un “neoSAP”, en relación con multiplicación de los dictámenes judiciales que, sin nombrar al SAP, toman sus conceptos e insisten en las revinculaciones forzadas y hasta el cambio en la responsabilidad de cuidado parental en favor del progenitor/agresor, más allá de la negativa de las niñas y niños víctimas, yendo en contra de sus derechos.

La demora en la justicia es parte de la revictimizacin dice Wachter Foto Victor Carreira
«La demora en la justicia es parte de la revictimización», dice Wachter. Foto: Victor Carreira.

-Tu causa lleva 13 años en la Justicia, ¿por qué los procesos son tan lentos?
-Porque a mayor poder socioeconómico también mayor vulnerabilidad de las víctimas, o sea, mayor desprotección del sistema, mayor asimetría que hay en el acceso a la justicia. En este proceso en particular hubo una remoción de una jueza civil por juicio político y varios componentes que, cuando uno enfrenta al poder, tiene adversidades adicionales.

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-¿Cuáles son los principales problemas que observan en la Justicia en estos casos?
-El primero tiene que ver con el diseño del sistema en sí. Y el segundo, con la falta de perspectiva de género, de infancias y de derechos humanos. No se tiene en cuenta el conocimiento necesario para poder entender la naturaleza de este tipo de delitos, que suceden a puertas cerradas, en la intimidad y que son tan complejos. Red por la Infancia está por publicar el nuevo estudio “Fuera de las sombras 2022”, de The Economist, que midió la capacidad de respuesta de 60 estados que representan el 85% de la población mundial infantil, con lo cual es bastante significativo. La Argentina tiene uno de los peores sistemas de acceso a la Justicia para niñas y niños víctimas de abuso de la región y del mundo, está en el puesto 45 de 60 países. Tenés una Justicia que no está especializada y un sistema que está dividido y fragmentado, que multiplica las instancias de revictimización en vez de reducirlas. Sabemos que los procesos son largos y muy arduos. También que la tasa de condena es muy baja. Se estima que cada 1000 abusos, se denuncian 100 y de esos se condena uno.

«No puede darse más un proceso judicial de esta naturaleza, no puede ser un elefante en un bazar que termina de romper lo que no rompió el agresor.»Paula Wachter

-Muchos y muchas pueden preguntarse entonces ¿por qué denunciar?
-Siempre hay que denunciar, por varios motivos. La denuncia hay que pensarla no en el acto jurídico per se, sino como una herramienta de protección. Denuncio primero para proteger. El sistema tiene que condenar al agresor, pero también proteger. Aun cuando un proceso no termine en una condena, si sirvió para proteger es importante. Segundo, denuncio porque la vergüenza tiene que cambiar de vereda. Y eso es una construcción social, algo que tenemos que visibilizarlo cada vez más. La culpa no es de la víctima. La culpa no es de quien no pudo evitar el delito. La culpa es del agresor. Entonces, denunciar también es un acto para el niño o niña el día de mañana: no solamente te creí, sino que la vergüenza está del otro lado. La culpa jamás es tuya. Me parece que es un acto desde lo simbólico. Es parte de la reparación.

-¿Es posible sanar?
-La reparación y la sanación tiene que ser un proceso personal de poder poner en palabras, de entender que ha sucedido una tragedia, pero que se puede elegir entre que esa herida y ese dolor te fagociten o que sea un elemento a partir del cual uno puede sanar y redefinir su vida.

-El 19 de noviembre es el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual de niñas, niños y adolescentes, ¿dónde debería ponerse el foco para que las cosas empiecen a cambiar?
-Creo que en este tema estamos en un punto donde todavía no salimos del horror para pasar a la acción. Tenemos las leyes. Siempre son mejorables, por supuesto, pero están. Necesitamos una buena política, una política de prevención a nivel nacional, federal, con presupuesto adecuado para implementarla y que el sistema dé respuestas. Son discusiones que tenemos que empezar a dar de una manera constructiva, para ser agentes de cambio. No puede darse más un proceso judicial de esta naturaleza, no puede ser un elefante en un bazar que termina de romper lo que no rompió el agresor. (TELAM)

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