Emanuel David Ginóbili, nacido en Bahía Blanca un 28 de Julio de 1977, le dijo definitivamente adiós al básquet tras 23 años de carrera, que lo posicionaron como el mejor deportista argentino de la historia.

Allá lejos y en el tiempo quedó su debut como escolta en el Andino Sport Club (1995) con tan solo 18 años, donde ya empezaba a demostrar sus enormes destrezas con la pelota naranja. Pero ni el más optimista de todos los que lo vieron jugar desde sus inicios hubiera podido presagiar los asombrosos logros que cosechó a lo largo de su carrera, sobre todo en la NBA, donde consiguió cuatro anillos. Aunque sin lugar a dudas, su mayor premio fue haberse ganado el respeto y el cariño de todo el mundo deportivo y basquetbolístico por su profesionalismo y su extraordinaria calidad humana dentro y fuera del rectángulo, que lo enaltecen aún más -él también se encargó de aclarar en reiteradas ocasiones que era un privilegiado por haber jugado hasta los 41 años al máximo nivel-.

El Club Estudiantes de Bahía Blanca (1996-1998) fue su vidriera hacia el básquet internacional y el lugar donde explotó sus virtudes al máximo, que lo llevaron a ser el jugador de mayor progreso de la liga, además de debutar ese año en la Selección Nacional. A esa altura, “Manu” ya estaba lejos de ser una promesa, era una realidad y estaba en boca de todos. El Viola Reggio Calabria italiano  (1998-2000) fue su primer club europeo. Sus grandes actuaciones en el viejo continente hicieron que los San Antonio Spurs posaron sus ojos en él y lo eligieran en el draft de la NBA en 1999. Pese al gran impacto de esta elección, decidió quedarse en Europa y aceptó la oferta del Kinder Bologna (2000-2002) donde logró la Liga Italiana (2001), la Copa de Italia (2001, 2002) y la Euroliga (2001), y donde fue MVP (Jugador más valioso) de finales y de temporada regular, además de conseguir la medalla de oro en el Campeonato FIBA Américas de 2001 con Argentina. Se había transformado en una estrella mundial y todavía faltaba lo mejor.

El segundo puesto en el Mundial de Indianápolis 2002 (teñido de polémica con el injusto triunfo de Yugoslavia) con victoria incluida ante los EEUU que no perdían desde 1992 jugando con jugadores de la NBA, lo catapultaron como el emblema de esta nueva “Generación Dorada” que empezaba su camino hacia la gloria eterna bajo la conducción del bahiense. Su debut en la NBA fue el 29 de octubre de 2002 ante Los Ángeles Lakers y ganó el anillo en su primera temporada.

En 2004, en los Juegos Olímpicos de Atenas, comandados por él y por Rubén Magnano, el seleccionado argentino conseguía su mayor proeza: colgarse la medalla de Oro por primera vez en su historia con el agregado de haber derrotado nuevamente a EEUU, en semifinales, y con el oriundo de Bahía Blanca como MVP del certamen. Una nueva página dorada se había escrito, poniendo al deporte argentino en lo más alto, una vez más con «Manu» como bandera.

Sus otros anillos los consiguió en 2005, 2007 y 2014 sumado a un subcampeonato en 2013. Integró el All Star Game en 2005 y 2011; en la NBA su mejor promedios de puntos en Temporada Regular fue de 19,8  en 2008 y en Playoffs fue de 20,8, en 2005. Fue mejor sexto hombre de la NBA en 2008 y medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín del mismo año. Junto a Tony Parker y Tim Duncan se transformaron en el tridente con más partidos juntos de la historia de la NBA y es el único jugador, junto a Bill Bradley, en ganar un campeonato de la NBA, una Euroliga y una medalla dorada en un juego olímpico. Tiene prácticamente un lugar asegurado en el Salón de la Fama. “He’s Manu Ginóbili”, como dijo una vez su admirador número uno, Greg Popovic, cuando le preguntaron cómo el bahiense era capaz de hacer todo lo que hacía.

Emanuel Ginóbili no estará más en una cancha de básquet profesional. La próxima vez que encendamos el televisor para ver los “Spurs”, un vacío muy grande se apoderará de nosotros. Ya pasaron quince años de su debut en la NBA donde aprendimos y disfrutamos de él; con su retiro nada será lo mismo. Ya no podrá deleitarnos con su entrega, su compañerismo, su sacrificio personal en pos del funcionamiento colectivo del equipo, su inteligencia para leer la jugada un segundo antes que los demás, su lanzamiento certero desde la línea y desde los tres puntos, sus penetraciones, su “Euro Step”, su zurda mágica. El premio será quedarnos con su legado, sus enseñanzas, su generosidad, su amor al deporte y a la competencia. Que sean eternos.

 

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